27 de junio de 2025
En la discusión pública sobre los males del Estado, la corrupción suele llevarse todos los titulares. Y con razón: ver a funcionarios enriqueciéndose con fondos públicos indigna a cualquier ciudadano. Pero hay otro mal, menos visible y muchas veces más destructivo: la ineficiencia estructural del aparato estatal.
La corrupción es inmoral y deslegitima al Estado. Pero la ineficiencia lo vuelve inútil. ¿De qué sirve tener funcionarios honestos si no saben gestionar? ¿Qué se gana con erradicar el robo si el Estado sigue funcionando como una maquinaria oxidada que gasta mucho y logra poco?
📉 Ineficiencia real, palpable y letal
La ineficiencia estatal se palpa en todos los niveles:
- Programas sociales que no llegan a quienes los necesitan.
- Hospitales con médicos pero sin insumos.
- Escuelas que priorizan burocracia sobre aprendizaje.
- Subsidios sin control.
- Rutas eternamente reparadas, inseguras y mortales.
Y lo más grave: muchas veces no hay corrupción de por medio, solo mala gestión.
Empleados capacitados relegados por nombramientos políticos. Obras paralizadas por trámites absurdos. Recursos dilapidados por pura desorganización. Cada error evita que un servicio público funcione. Cada falla cuesta vidas, aunque no figure en los titulares.
🛑 No alcanza con “no robar”
Gestionar el Estado exige competencias técnicas, planificación, seguimiento y evaluación. No basta con buenas intenciones ni con eslóganes.
La historia lo demostró: Fernando de la Rúa, presidente honesto, pero sin equipo ni plan, agravó una crisis que derivó en el estallido de 2001. La integridad sin eficiencia es una virtud estéril.
Hoy sigue pasando: funcionarios sin formación ocupan cargos clave. No por mérito, sino por lealtad política. Y la ciudadanía lo naturaliza.
🔍 ¿Por qué no indigna como la corrupción?
La diferencia es simple: la corrupción tiene culpables visibles. La ineficiencia, en cambio, es difusa. No tiene rostro. Pero eso no la hace menos dañina.
Un plan de vacunación mal diseñado, una política habitacional sin ejecución o un sistema educativo mal administrado puede costar más vidas y oportunidades que muchos casos de corrupción.
📊 El verdadero costo de la ineficiencia
Según el Banco Interamericano de Desarrollo, Argentina es el país con mayor gasto público ineficiente de toda América Latina:
- Se pierde el 7,2% del PBI en compras estatales, salarios públicos y subsidios mal diseñados.
- Solo ese desvío permitiría erradicar la pobreza extrema o construir más de 1.200 hospitales con 200 camas.
- En índices globales de eficiencia estatal, Argentina sigue en los últimos puestos:
- –0,38 puntos en el Índice de Gobernanza del Banco Mundial.
- Puesto 77 de 104 en el Chandler Good Government Index 2024.
⚠️ El cambio empieza por una cultura ciudadana distinta
Necesitamos una sociedad que reclame eficiencia con la misma fuerza con que exige transparencia. No alcanza con que no roben. Tienen que saber gobernar.
Y para eso, hay que profesionalizar la gestión pública:
- Planes claros
- Metas medibles
- Evaluación constante
- Rendir cuentas siempre, no solo ante el escándalo
Gestionar un Estado no es menos complejo que operar un cerebro humano. Sin embargo, seguimos dejando el poder en manos de improvisados. Nadie aceptaría a un cirujano sin formación, pero muchos toleran funcionarios sin experiencia.
🎯 Conclusión
La corrupción roba dinero.
La ineficiencia roba futuro.
La lucha contra la corrupción es clave, pero si no va acompañada de una cruzada contra la ineficiencia, será insuficiente.
Argentina necesita un Estado que funcione. Que no sea un botín, sino una herramienta para transformar la realidad.
Solo así podremos dejar de perder lo que ya tenemos y empezar a construir lo que aún nos falta.
